jueves, 17 de julio de 2008

¿Psicologismo?

Hace tiempo en una reunión, estuvimos compartiendo algunas hermansa, la preocupación por ver en la vida religiosa, una especie de psicologización.
Comentábamos que nos preocupaba tanta psicología al interior de las casas religiosas y que muchas cuestiones de la persona se quisieran resolver sólo desde esta disciplina, dejando de lado, aspectos fundamentales del ser.
Ahora me encuentro con este artículo que enseguida les pongo, y me alegra ver que no era un asunto sólo nuestro, si no que es una preocupación de otros, porque está permeando y reduciendo la visión del hombre hoy.
Espero que nos pueda ayudar a tener claro este asunto y el por dónde tendríamos que caminar para no caer en visiones que totalizan al ser humano.
Va pues un abrazo y buenas vibras
¿Psicologismo?

Jorge Dávalos, sj.

Introducción.

Van estas letras con la intención de propiciar un diálogo entre jesuitas sobre una situación percibida por varios: el énfasis �desmesurado' en los apoyos psicológicos, durante los primeros años de formación.

A. El contexto: la desmesura.

Algunas consecuencias de la configuración tecnológica de nuestro mundo actual son la destrucción de lo vernáculo, la manipulación genética, la destrucción ecológica. Es como si el hombre moderno, aterrorizado por lo real, se lanzara a construir un complejo entramado tecnológico con el fin de no verlo, con el fin de levantar un velo protector' contra la realidad para simular un pseudo-mundo, un mundo unidimensional.

Antiguamente, el hombre, frente a lo real, sentía junto al asombro y el temor, una enorme confianza y una fe en su bondad. Un mundo abierto a la esperanza.

El desarrollo de la técnica, que empezó en el Renacimiento, fue generando una percepción distinta de la existencia: el mundo comenzó a percibirse como una realidad extraña, una resistencia a vencer, el mundo de la virtualidad tecnológica, de los sistemas. La euforia de ese mundo ficticio ha generado como consecuencia una oscuridad sin límites, una insoportable tiniebla, en medio de la luminosidad artificial.

Se pretende sustituir la esperanza por la expectativa': la esperanza, significa fe confiada en la bondad de la naturaleza, de lo real concreto, mientras que la expectativa significa fiarse en resultados que, como lo impone la técnica, están planificados y controlados por el hombre. La esperanza centra el deseo en una realidad en la que aguardamos confiados. La expectativa, por el contrario, promete una satisfacción que proviene de un proceso predecible que producirá aquello que tenemos el derecho de manejar. En la primera, el hombre se confía a la bondad de un Dios que tiene en sus manos la contingencia; en la otra, se confía en las puras fuerzas de lo humano que cree dominarla y cuando no puede sucumbe al horror de un mundo vacío en su contingencia.

Kieslowski, en su película (de la serie Decálogo) Amarás a Dios sobre todas las cosas, muestra la contradicción del hombre en el mundo tecnológico: devorado por la omnipotencia simulada de la tecnología, la bondad de lo real concreto queda velada en la percepción de lo humano.
El personaje de Kieslowski es así el rostro del hombre contemporáneo: cerrado a la esperanza y dominado por la expectativa. Por un lado, el mundo que mira y que por un momento le reveló su bondad, se convierte, por obra de la racionalidad tecnológica, en un mundo inhóspito que hay que controlar mediante la medición; por el otro, su propia experiencia humana frente a lo real se convierte en una duda sistemática que sólo puede ser respondida por el poder de la técnica. Ajeno a Dios, que por un momento, se le reveló en lo real concreto, el personaje de Kieslowski sucumbe a la ilusión tecnológica y, en su fracaso, se enfrenta al absurdo de una contingencia sin rostro.

Esta racionalidad tecnológica ya no es lo razonable de la sabiduría antigua de las formas tradicionales y discursivas de la razón, sino la razón calculadora que, concerniendo al dominio de los objetos cuantificables, se ha extendido hacia todas partes. Para esta razón no hay ámbito natural, comunitario o personal que no sea racionalizable y, en consecuencia, no hay realidad que no pueda y deba ser sometida a fines utilitarios.

Como el anverso y reverso de una moneda, un doble rostro la compone: el del bienestar' y el del horror.

Debajo de la sofisticación técnica y económica y de sus promesas de bienestar los bancos, el financiamiento, el producción estandarizada, el industrialismo, las normas de calidad, la eficiencia, la velocidad, las nucleoeléctricas, los automóviles, las interfases de los sistemas, la ubicuidad de los medios de comunicación, la parafernalia médica, el consumo desmedido- está el horror: la pérdida de las identidades, la paralización de la autonomía humana, la neurosis colectiva, el desarraigo de la tierra, la pérdida del tiempo, la alimentación artificial, la devastación ecológica, la corrupción, la destrucción de los modos de producción autónomos y comunitarios, el extravío de la trascendencia y de lo espiritual, etc., etc.

Un caso concreto que ilustra esta diabólica desmesura' es la forma de enfrentar la enfermedad de Karol Wojtila: pasados ciertos umbrales en la defensa de la vida, la industria médica prolonga la enfermedad, aumenta innecesariamente el dolor y destruye la trascendencia. Se trata de una práctica médica que patrocina la enfermedad y refuerza la existencia de una sociedad morbosa que protege sus anomalías y engendra clientes terapéuticos. La desmesura técnico-médica es la negación de la trascendencia.

Vulnerados por la iniquidad de la medicina moderna, Wojtila y su Iglesia hacen pasar por bien lo que sólo es una corrupción del amor de Cristo y una horrible afirmación de la inmanencia contra la trascendencia y la alegría de la resurrección.

¿En este contexto, qué tipo de persona se va configurando?

Junto con una exaltación del individualismo, se da un acrecentamiento de las dimensiones más narcisistas de la personalidad; es decir, se va creando una espesa niebla alrededor del sujeto que le ha ido dificultando cada vez más la percepción de la alteridad. Hay una cierta egolatría, una autoafirmación al margen o en contra de los demás. Se olvida que la autenticidad y la responsabilidad han de complementarse necesariamente y que �ser uno mismo' es inseparable de responder a'. La glorificación de la individualidad ha dado paso a un inmenso movimiento de conciencia', un culto a la intimidad. Se trata de un entusiasmo sin precedente por el auto-conocimiento y la realización personal, aderezados con un buen número de técnicas psi' y prácticas orientales. Para ello se requiere explorar todas las capacidades vitales a través de toda una serie de experiencias cuyo fin último es el logro supremo de la autoestima.

Pero esta exaltación del Yo trae consigo también una dinámica de agresividad y violencia. El Yo glorificado no admite límites. Cualquier limitación que se le imponga se va a experimentar como una violencia y agresión intolerables.

Desde esta situación en la que la espesa niebla del narcisismo impide la percepción de la alteridad, el deseo parece extraviarse en un remolino dislocado, en un ansia de posesión, de acaparamiento y acumulación con el que se pretende satisfacer lo que en el mundo de relaciones interpersonales no encuentra. Incapaz de reconocer el propio límite, la sociedad va a multiplicar las necesidades del sujeto al ritmo de los intereses de la producción y el consumo. Aquí se inscribe el psicologismo': un manejo desmesurado' de la psicología.

Se podrá decir que es justamente la situación descrita la que exige el uso de las técnicas y enfoques psicológicos. Los candidatos que se interesan por la Compañía son hijos de la post-modernidad -con ventajas pero, sobre todo dificultades, en particular con esa fragilidad de los sujetos y la alteridad difuminada'- y por ello van a necesitar de apoyos psicológicos. No obstante, creemos que el problema no se soluciona sino que se agrava: se confía en racionalizar' la situación a base de técnicas'.

Obviamente, no se trataría de despreciar' los aportes de la psicología, sino de no apreciarlos desmesuradamente'. Hablamos de psicologismo', es decir, de una ideología de la psicología. Sabemos que la ideología elige un aspecto de la realidad e intenta presentarlo como si fuera la totalidad, como siendo el todo. El psicologismo' es una manera de restringir, recortar lo real.
Es como querer reducir la realidad a una ventana, a una perspectiva estrecha y pequeña.

En realidad, se trata de una confianza indiscreta' en los medios técnicos. Y al proceder así, estamos concediendo, dando poder a una determinada posibilidad sin percatarnos de que estamos, por esa misma opción, quitando poder a otras, im-posibilitando otras. Al confiar indiscretamente' en las técnicas, estaremos como veremos más abajo- separándonos del misterio de lo real.

Algunas alternativas.

-Recuperar lo local, lo autóctono, lo diverso, frente al modelo de homogeneización.
-Preservar la memoria, la tradición, frente a la expectativa' técnica.
-La custodia de los sentidos', frente al vértigo tecnológico y el consumo compulsivo.

B. El discernimiento: la desmesura se convierte en desolación.

Sabemos ya del lugar fundamental que ocupa el discernimiento de espíritus' en la vida del jesuita, en particular del jesuita que está en el proceso de formación. Uno de los ejercicios esenciales del discernimiento tiene que ver con los movimientos consolatorios, y más específicamente, con el caso de las consolaciones, con causa precedente. Como sabemos, éstas últimas pueden ser inducidas por el mal espíritu. Podemos sentir consolación porque sentimos alegría, ánimo, bienestar, pero en realidad estamos experimentando otro amor, disfrazado del verdadero con razones aparentes que, de entrada, convencen porque quiere uno ya estar convencido, porque hay una decisión previa de estar en el camino correcto.

Si bien estamos ante una consolación, la pseudo-consolación nunca cala hondo, puede llegar a niveles profundos, pero nunca hasta el núcleo de la persona. Lo que se pretende es impedir que la persona pase adelante en el servicio al Reino de Dios. Cuando no nos abocamos a discernir estas pseudo-consolaciones entonces utilizamos el discernimiento para justificarnos, para recuperar nuestra tranquilidad, para atender' a mi persona.

Sabemos que, respecto de la opción por los pobres', hay tres niveles o convicciones: trabajar por (o para) los pobres, trabajar con ellos pero considerándolos los actores centrales, vivir y trabajar como los pobres. La decisión previa' a la que nos hemos referido va a consistir en estancarnos en la primera convicción. Así esta decisión va a reforzar la imposibilidad de discernir las pseudo-consolaciones. Estamos ante un circulo vicioso' en el que ambos factores se refuerzan.

En este ámbito, aparece como muy natural y necesario el recurso a las técnicas psicológicas: lo central es atender a la persona, desarrollar la autoestima, el auto-conocimiento y el encuentro con el Yo profundo'. Así, la flotación narcisista' de nuestros días va quedando reforzada. Hemos de primero curar las heridas' para luego poder amar. Este fácil acceso a una pretendida alteridad interior contrasta con los procesos descritos por los grandes místicos en el encuentro con la alteridad de Dios. No fue precisamente por el desarrollo de la autoestima, sino por una progresiva desposesión de sí y un difícil y penoso proceso de despojo de sus aficiones desordenadas', como ellos fueron disponiéndose y abriéndose al Otro.

Nuestro énfasis y recurso indiscreto' a las técnicas psicológicas las fortalece desmesuradamente', de tal manera que se va debilitando la confianza en el Espíritu.
Al utilizarlas así les damos poder, y en esa medida, le quitamos poder a Dios, como vimos arriba en el caso presentado por la película de Kieslowski.

Algunas alternativas:

-Recuperar la Contemplación para alcanzar amor' (EE 236):
Considerar como Dios trabaja para mí en todo esto: en los elementos, en las semillas y en los frutos, etc., dando realidad y vida, y sintiendo, y haciéndome consciente y libre, y uniéndome a Jesús, etc.
-Devolver el poder a Dios es recuperar la fe en su acción y presencia en la realidad.
-Recuperar el lugar prudente, justo y cuerdo' de los elementos de apoyo.

La Espiritualidad: la resistencia al Espíritu.
Sabemos que la espiritualidad cristiana es vida en obediencia al Espíritu, y obedecer al Espíritu es vivir de un determinado modo, un estilo de vida. La vida en el Espíritu es libertad constructiva. Pero el Espíritu es el Espíritu de la Palabra de Dios. Por eso la vida en el Espíritu es libertad con sentido, es una vida en la verdad.

Los cristianos confesamos que la Palabra se encarnó en la humanidad. Es Jesús de Nazareth. El es el hombre del Espíritu y el testigo de la verdad. Ël en su vida (en sus obras y palabras) nos reveló a la vez quiénes somos los seres humanos y quién es Dios. El es el paradigma de la humanidad.

Sin embargo, Jesús fue asesinado. Y no fue una equivocación. La muerte de Jesús nos advierte que las religiones, los ordenamientos sociales y las culturas son insuperablemente ambivalentes: son canales imprescindibles para preservar lo adquirido por las colectividades humanas y para conservarse a sí mismas, para anudar con el misterio en que consisten y para constituirse en humanas; pero tienen también la irresistible propensión a absolutizar a la propia colectividad y al ordenamiento estatuido, a sacralizarse; y el resultado es que causen víctimas, que producen muerte, y que no alcanzan a captar esa inhumanidad manifiesta porque se han absolutizado a sí mismas y que las víctimas son el costo social del orden, un mal necesario.

La muerte de Jesús hace ver que el Espíritu de vida no es el único que mueve a los seres humanos y a los grupos sociales; que hay impulsos hacia el poder y la arrogancia que, al absolutizar a uno mismo y a su grupo, producen exclusión, opresión y muerte. Hace ver que no toda luz que ilumina a los seres humanos y a los pueblos es la luz de la vida; que hay otras luces que en realidad son tinieblas que oprimen la verdad, que distorsionan la realidad, que extravían.

Los cristianos creemos que Dios resucitó a Jesús. Que Jesús resucitado es Señor quiere decir que Dios acreditó y convalidó su vida como el paradigma de la humanidad. Su humanidad es tan plena que se torna en un manantial del que todos podemos beber inagotablemente.

Pero él no nos sustituye ni nos condena a repetirlo. Sobre cada uno de los seres humanos derramó su Espíritu que nos capacita para hacer en nuestra época, en nuestra cultura y en nuestra situación lo equivalente a lo que él hizo en la suya. No se trata de imitarlo sino de seguirlo. Seguirlo es proseguir su historia. Lo que no es posible hacer sino creativamente. Quien siga al Espíritu de la verdad, lo sigue.

En nuestro caso, el psicologismo' puede poner de manifiesto una resistencia al Espíritu: El Anticristo es el espíritu de la mentira', porque niega la encarnación en carne mortal de Jesucristo. Se le opone al Espíritu de Dios, que es el Espíritu de la verdad'.

En el capítulo 6 del evangelio de Juan, el pan, visto concretamente, es la propia carne de Jesús (v. 51). El uso de carne por parte de Juan se quiere insistir en la humanidad de Jesús como medio para nuestro sustento. La tensión se agudiza ante la historia salvada por la realidad pobre de Jesús y el consiguiente rechazo de la pobreza histórica como realidad salvífica por parte de los dirigentes judíos, y también de algunos de los discípulos de Jesús (Cf. Jn 6, 51-59).

La objeción no es tanto una repulsa antropofágica para comer su carne', sino por la enorme dificultad de aceptar una historia pobre con Dios dentro. Pero ahí radica el desafío de lo cristiano, la fuerza capaz de dar un giro distinto al destino humano.

Comer la carne', es decir, aceptar la historia concreta del Jesús histórico, y beber la sangre', o sea, valorar la sangre derramada de Jesús en bien de lo humano, es cauce de vida plena. Esa profunda y deseada identificación con la historia de Jesús es la que reporta vida a la persona.
Es lo que podría liberarnos del enorme peligro de una experiencia religiosa que se convirtiera en lugar privilegiado de acceso a una pretendida alteridad interior. El psicologismo' podría propiciar o podría denotar esa resistencia a comer la carne'.



Bibliografía.


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Cortina, Adela, Por una ética del consumo, Taurus, Madrid 2002.
Domínguez, Carlos, La alteridad difuminada,
Koinonia, Servicio Bíblico Latinoamericano, www.servicioskoinonia.org/biblico
Schökel, Luis Alonso, Al aire del Espíritu , Sal Terrae, Santander 1998.
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¿Hay un límite a la sociedad técnica y económica?, Proceso 1309.
Trigo, Pedro, Crisis civilizatoria y espiritualidad cristiana, UIA-ITESO, México 2001.
Valle, Luis G. del , El Discernimiento: en los Ejercicios y fuera de ellos,
Obra Nacional de la Buena Prensa, México 2001.

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