Amanecía suavemente frío, con un nublado que era el testigo más fiel de la suave lluvia que acompañó la noche y el descanso de los habitantes de los países del Lago.
Había muchos países, y el centro de la vida de todos ellos, era un Lago grande y hermoso, misterioso y lleno de vida. Todos los que podían admirarlo desde lo lejos, sabían que en él había grandes tesoros guardados celosamente, sólo para quien tuviera la osadía de adentrarse en él y sumergirse en sus aguas limpias y curativas; sin embargo, para llegar al Lago, no había un camino, había muchos caminos, tantos, cuantos habitantes en los países del Lago había.
Cuando alguno de los habitantes lograba encontrar el camino y entrar en sus profundidades, volvía diferente, regresaba lleno de vida, de amor, de ilusión, volvía trabajador, amigable, contando todas las maravillas que había vivido y con una marca en los ojos, la marca del luminoso misterio que se reflejaba en sus miradas.
Porque con las aguas, sus ojos se limpiaban, al igual que su piel y sus palabras y su corazón y su sonrisa, por eso, cada día que amanecía, los que habían logrado zambullirse en sus aguas, amanecían primeros al resto de los habitantes, para dirigir su mirada hacia el Lago y renovar el compromiso de siempre volver a él.
Cada día, el Gran Lago, despertaba majestuoso, imponente, como soberano y señor del variado espacio. Cada día, sus aguas bellas y tranquilas, daban sentido a la vida de todos los diversos habitantes del lugar.
Uno de los países cercanos, era un territorio marcado para las gallinitas ciegas. En él había muchos estilos de gallinitas, trabajadoras y alegres; jóvenes y algunas mayores, unas eran entregadas en su trabajo, luchadoras, buscadoras de caminos nuevos y entre esas, había una pequeña de corazón y mente inquietos, que empezaba a sentirse un poco adormilada, inquieta por buscar experiencias que llenaran de pasión y sentido su vida; se llamaba Alba. En su grupo había deseos de encontrar caminos nuevos que llevaran hacia el gran Lago, pero había pocas que fueran de verdad atrevidas, que se lanzaran a buscar en medio de incertidumbres, esos caminos anhelados, los horizontes prohibidos en los que pudieran renovarse y crecer y multiplicarse y ser más felices.
Pero esta gallinita, era una aventurera, le atraía lo prohibido, le interesaba conocer otros espacios y seres nuevos, quería conocer a los diferentes habitantes del país del lago y lo que daba sentido a sus vidas. Sabía que había algo más, alguien más, que al igual que a ella, le despertaba en su interior una pasión que desbordaba su mirada, su cuerpo, sus pensamientos y que la llevaban a parecer desobediente, por no acatar las órdenes de no salir del territorio marcado para toda su especie.
Un día, el Consejo de las gallinitas se reunió para determinar qué debería hacer cada una de las gallinitas y cómo formarlas para que realizaran mejor su tarea de descubrir y enseñar el camino hacia el Lago hermoso que animaba su vida.
A Alba la enviaron a la casa de la enseñanza, en donde tendría que aprender los oficios propios y necesarios para trabajar en el arte de enseñar y fue contenta a buscar los conocimientos en esa casa de la enseñanza, pero muy pronto, su pequeño corazón se sintió insatisfecho, triste por no encontrar lo que su inteligencia buscaba, así que decidió dejar, y atendiendo a los sonidos que se despertaban en su interior, se alejó, porque buscaba la noble sabiduría, pero allí ella no la encontraba...
Había escuchado que cerca de su territorio, se encontraba el territorio de los escarabajos y que en él, podía beber la sabiduría buscada, anhelada y deseó ir a ese territorio. Le dijeron que era un territorio difícil, que exigía mucho esfuerzo para llegar y mucho más para mantenerse en él. Pero eso no la asustó, no le importó, dijo que quería ir, y en su corazón sabía que quería hacerlo. Preparó todo, detalle por detalle y mientras lo preparaba, su corazón parecía un campo de batalla con todos los sentimientos encontrados, alegría, incertidumbre, esperanza.
Y llegó el día y se fue al territorio de los escarabajos, le habían permitido ir a reunirse con ellos, en la casa de la libertad. En ella se encontró con muchos escarabajos, de todos tamaños y edades, eran escarabajos reunidos de diferentes territorios y cada uno hacia especial la especie, aportando lo que de su territorio traía, enriquecido ya, con la experiencia nueva de la Casa de la Libertad.
Al llegar se dio cuenta que todos hablaban un lenguaje extraño para ella, sintió miedo, pensó que tal vez estaba siendo demasiado atrevida y que aquel mundo de escarabajos no era su lugar, pues hablaban de otros espacios, de otras especies, de los problemas que vivían algunas de ellas y de cómo algunos de esas especies, intentaban dominar a las otras y ella era una pobre gallinita, que no conocía más que su pequeño territorio.
Pero su sorpresa fue que no solo encontró escarabajos, también había mariposas, abejitas, chapulines y una diversidad grandes de habitantes; no era ella, la única que había emigrado de su territorio.
Un día, mientras exploraba el lugar en el que viviría por un tiempo y asombrada por todo lo que descubría, se encontró con un escarabajo recién llegado, él se acercó a ella y le preguntó qué buscaba? ella le respondió que buscaba la sabiduría y el conocimiento para comprender su mundo y el de los otros, y conocer el camino para llegar hacia el Gran Lago, entonces él se sonrió y la invitó a pasar, ofreciéndole la confianza que le desapareció el miedo que había despertado en su interior.
El tiempo pasaba y pronto se sintió en casa, pronto se sintió en un ambiente anhelado durante mucho tiempo. Pronto descubrió que en esa casa, se encontraba la sabiduría buscada. Los escarabajos llamaban su atención, eran unos escarabajos locos, libres, había unos muy inteligentes que iban y venían hablando cosas extrañas y que ella no entendía del todo; otros discutían, había otros con caras y ojos de científicos que se dedicaban a la enseñanza del resto de los escarabajos. Unos más, la minoría, eran jefes sabios del resto del grupo, otros más eran los artistas que se dedicaban a crear la poesía, el arte, la literatura que leían en noches sosegadas, acompañados de un reconfortante sorbo de buen vino y otros más, la mayoría, estaban aprendiendo el arte del pensar y entender la vida y la forma de cómo llegar hacia el Gran Lago.
Una mañana, señalada por las coincidencias y mientras caminaba por su nuevo hogar, descubriendo el mundo fascinante de los escarabajos,se encontró con uno de ellos, joven y que encerraba en sí, polaridades que le hacían un escarabajo especial: era serenamente loco, tímidamente atrevido, era amigablemente alejado, tenía sonrisa de anciano joven y una lúcida inteligencia.
Pronto entraron en relación, a ella le parecía difícil comunicarse con este escarabajo porque lo sentía muy diferente, sin embargo, el anhelo del escarabajo, que era el mismo que ella tenía, le abrió las puertas para lograr compartir la esencia de su ser. Pensó que junto a él, tal vez sería más fácil llegar algún día hacia el Gran Lago. Además, el grupo de los escarabajos jóvenes, les habían encargado a ambos, la animación del grupo, bajo el visto bueno de los escarabajos mayores.
Ellos no lo sabían, pero el Lucero mayor, que habitaba en el cielo que los cubría, había depositado ya en sus pequeños corazones, un destello de su luz. Así que juntos trabajaron por la casa de la libertad, juntos dedicaron muchos momentos a pensar en cómo ayudar al resto de los habitantes de la casa de ambos y la forma en cómo llegar hacia la Meta: El Lago.
Caminaron mucho tiempo compartiendo sus conocimientos, compartiendo la amistad que había nacido en ellos y que los unía ahora con más fuerza en el camino hacia su meta. Pero llegó el día señalado, el día que marcaba el término de su permanencia en la casa de la libertad, terminaba el tiempo del aprendizaje allí, había concluido. Ahora ambos tenían que alejarse; la pequeña gallinita tenía que dejar la casa que tanta satisfacción y alegría le había dado, y ahora venía la prueba, pues todo lo que había aprendido al lado de los escarabajos, tenía que ponerlo en práctica. Tenía tristeza y tenía miedo, pero su corazón inquieto no podía pensar en establecerse en esa Casa tan querida, y sabía que se tenía que ir, atendiendo a los anhelos profundos de su pequeño corazón.
Una parte de los escarabajos jóvenes se fueron cada uno por rumbos muy lejanos, y él y ella, partieron con la conciencia de llevar en sí mismos la semilla del ser y eso era suficiente para caminar juntos, por otros espacios hacia su gran meta, hacia su gran sueño.
Pasaron muchos años, y en la cercana distancia ellos se conocieron, se aceptaron, se quisieron, se acompañaron, se animaron, hasta que un día de los tantos vividos, un día de los tantos deseados, de los tantos soñados, la pequeña gallinita que caminaba herida por el borde del camino, y casi desfallecida, quería morir; pues el camino hacia el Lago había sido difícil para ellaL Le quedaba poco aliento para continuar, avanzaba lentamente, con diminutos y dolorosos pasitos, como si los sueños la hubiesen abandonado o fueran ellos mismo el motivo del gran peso cargado y que en ese momento tenían rostro de dolor.
Pero así seguía, se arrastraba con mucho dolor; en ratos levantaba su pequeña cabecita; intentando mirar el horizonte para vislumbrar alguna luz que le indicara por dónde seguir, que le indicara el camino que reviviera su corazón herido, pero no veía mucho, era de noche y a esa hora todo desaparece.
Cuando sintió que ya no podía más, se acostó en el borde del camino dispuesta a desaparecer, dispuesa a morir, sin embargo, la noche le tenía preparada una sorpresa porque a esa misma hora, y por el mismo camino, venía, empujado por el viento, su ancestral amigo el escarabajo; una vez más volvían a encontrarse en el camino, porque ambos continuaban el camino hacia el Lago, ambos mantenían sus miradas puestas en él.
Y la encontró, y la reconoció cuando ella al sentir una presencia, hizo un esfuerzo por levantar su pequeñísimo rostro para mirar y en medio de aquella oscuridad, ambos reconocieron sus miradas, aquella que nunca habían olvidado y supo que era su amiga y supo que era su amigo, aquel o aquella que también le había dado mucha luz.
Pronto se acercó, y le acarició el ser, que en medio del dolor, todavía despedía una frágil luz. El escarabajo la animó, la reconfortó, queriéndola de verdad, como sólo se puede querer y acompañar en el momento del dolor y buscó la forma de levantarla, de despertar en ella una nueva ilusión, una nueva esperanza, convenciéndola de que el viento que le empujaba a él, les empujaría a ambos, - cuando ella manifestaba que no tenía aliento para caminar- y le preguntó si estaba dispuesta a abrirse a todas las sorpresas que aún podía encontrar; a todas las que el gran Lucero le podía otorgar en el camino, y ella respondió que sí, con la certeza que nacía en su corazón confiado en una amistad hecha de siglos.
Él con mucho esfuerzo la levantó, la colocó sobre sus pequeñas pero fuertes alas acorazadas y caminó con ella, cuidando de caminar despacio cada paso, de manera que no fuera a ser más lastimada y mientras caminaban escuchaban el ruido de las olas que venían del Lago, alterado esa noche por el fuerte viento que los envolvía.
Al principio del camino, el escarabajo con su charla, amena y chicharachera, la obligó a hablar, asegurándose de que ella fuera respondiendo a su conversación. Sabía que la mejor forma de ayudarla en ese momento y de asegurarse que no desfalleciera, era que ella pudiera expresarse; así que con mucha sabiduría y cariño la fue haciendo hablar.
Conforme la veía y sentía fuerte, fue bajando el tono de su voz para que ella pudiera escuchar los sonidos de la noche, del Lago, y del viento, haciéndola descansar, con la seguridad de que iba en buena compañía.
Así se internaron en un bosque, en una pequeña pero reconfortante guarida. Allí con mucho esfuerzo la recostó, e hizo, frente a ella, una pequeña fogata con hojitas y pajas secas que encontró, y con la fogata ella lloró, viendo cómo las hojas y las pajas secas desaparecían y con ellas, toda una caminata de dolor. El escarabajo la acercó junto a la llama; limpió su pequeña coracita para que resaltaran los bellos colores que él había conocido y que por poco pierde en el camino; luego le dio a beber agua dulce para reconfortarla.
Ella se sintió viva, hecha de nuevo y fue allí cuando el pequeño escarabajo conoció toda su historia, hecha de dolor, de llanto, de alegrías, de infidelidades a su sueño. Él preparó con vino y gotas de sangre una bebida que le ofreció y que hizo entrar a la pequeña gallinita en un profundo sueño para llevarla a una caverna oscura y temible al pararse en su entrada. Ella sintió miedo, no quería entrar, él se acercó a ella con mucha suavidad, la ancló a su pequeña patita y caminaron juntos; conforme iban caminando, la caverna se hacía luminosa y ella sentía una dulzura embriagante, como el líquido que él escarabajo le había dado a beber.
Dentro de la caverna, el escarabajo le hizo una seña para que subiera a una piedra marcada por la vida, pues debajo de ella, estaba guardado un tesoro que sólo se encuentra, moviendo esa piedra marcada por la vida.
Ambos hicieron el esfuerzo para mover la piedra, y de pronto, vieron ante sus ojos, unos planos que los sorprendieron; la gallinita sintió arder su pequeño corazón que casi salía de su pecho. Entonces se miraron y reconocieron una vez más, la ancestral y vivificadora mirada, fue allí, donde ella comprendió que para ir hacia el Gran Lago, era necesario pasar por aquella caverna, pues al final de ella, estaba la entrada del Lago, y del que sólo alcanzaron a vislumbrar sus aguas plateadas por el reflejo de la Luna, porque todavía había un gran camino por recorrer y eso era lo que tenían que descubrir en el plano.
Pero el plano, estaba hecho en dos partes, con lo cual, la la gallinita comprendió que tenía que mirarlo, analizarlo, escudriñarlo en la soledad y el silencio de aquella caverna de luz, así que se tuvo que alejar de su amigo cortando el hilo con que se habían atado, para adentrarse en lo más hondo de la caverna, ella sabía que lo necesitaba.
Por ahora, siguen en la caverna, pero cada uno en un rincón de la misma, porque algo que aprendieron en la Casa de la Libertad, es que nadie puede descubrir por otro, el camino hacia el Lago anhelado, cada uno tiene que descubrirlo por su propia cuenta para lograr el camino de la plenitud; y ellos están dispuestos a hacerlo.
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