Como algunos me han pedido que vaya comentando el libro que estaba leyendo sobre el discernimiento: "Cómo escuchar al Espíritu" de Guillermo Ameche. SJ, y debido a su ilusión de conseguirlo, pos mejor se los voy a pasar, de a poquito, para que este material les sirva de apoyo en su reflexión de cada día en la búsqueda del querer del amigo en sus vidas. Sé que no es fácil conseguirlo, sobre todo para os que están fuera de México, por eso se los iré pasando, nada más ténganme un poco de paciencia porfis.
Cada punto consta de dos partes una introducción que es un poco grande y una catequesis, yo intentaré ir pasando las dos pero también dos partes.
Aquí va la introducción del punto sobre Abraham. Gócenlo y que sea de mucho provecho en su vida, prometo cada semana ir pasando un punto, luego les paso la catequesis de este apartado.
Vayan por un cafecito, enciendan una vela, pongan un incienso (si desean) y una música suave; se presta para quedarse en oración...
Abraham
Casi todos creemos en algo. El que no cree en nada, amarga la vida de todos y se destruye así mismo.
A veces creemos solamente en unas ideas bonitas... Y eso es peligroso... Porque nos puede llevar a pisotear la vida de otras personas con tal de lograr nuestro ideal.
La fe, según la Biblia consiste en creer en alguien... Alguien quien nos llama personalmente a todos a vivir plenamente con él. Este alguien es Dios, el creador y motor de nuestra vida y de toda vida. En la Biblia, esta fe aparece primero en Abraham.
A veces creemos solamente en unas ideas bonitas... Y eso es peligroso... Porque nos puede llevar a pisotear la vida de otras personas con tal de lograr nuestro ideal.
La fe, según la Biblia consiste en creer en alguien... Alguien quien nos llama personalmente a todos a vivir plenamente con él. Este alguien es Dios, el creador y motor de nuestra vida y de toda vida. En la Biblia, esta fe aparece primero en Abraham.
A partir de esta vida, en adelante, vamos a comenzar una aventura de fe como la que tuvo Abraham; vamos a dejar que Dios nos lleve a donde él quiere.
ABRAHAM: UNA HISTORIA QUE ILUMINA NUESTRO CAMINAR
Abraham nació hace 4 mil años cerca de la gran ciudad de Ur de los caldeos (actualmente Irak). Su familia era pobre; eran pastores que vivían de sus rebaños. Para los habitantes de la ciudad, su familia era considerada poca cosa. Pero, para Dios, eran personas muy especiales y muy queridas.
Cuando Abraham llegó a su juventud, su familia pasaba por una angustia muy grande. Las pocas tierras que aprovechaba para pastorear a sus animales se estaban acabando debido al rápido crecimiento de la ciudad. Y, ante esta crisis, su familia estaba dividida: unos querían quedarse y aguantar la mala suerte, mientras que otros preferían irse a buscar tierras nuevas y una vida mejor. En eso, un día el Señor le dijo a Abram:
ABRAHAM: UNA HISTORIA QUE ILUMINA NUESTRO CAMINAR
Abraham nació hace 4 mil años cerca de la gran ciudad de Ur de los caldeos (actualmente Irak). Su familia era pobre; eran pastores que vivían de sus rebaños. Para los habitantes de la ciudad, su familia era considerada poca cosa. Pero, para Dios, eran personas muy especiales y muy queridas.
Cuando Abraham llegó a su juventud, su familia pasaba por una angustia muy grande. Las pocas tierras que aprovechaba para pastorear a sus animales se estaban acabando debido al rápido crecimiento de la ciudad. Y, ante esta crisis, su familia estaba dividida: unos querían quedarse y aguantar la mala suerte, mientras que otros preferían irse a buscar tierras nuevas y una vida mejor. En eso, un día el Señor le dijo a Abram:
Deja tu tierra, tus parientes
y la casa de tu padre
para ir a la tierra
que yo te voy a mostrar.
Con tus descendientes
voy a formar una gran nación
y, por medio de ti, bendeciré
a todas las familias del mundo.
Abraham escucha aquella llamada que se repetía en su mente. Aquella voz interior le daba ánimo. Pero también en su interior sentía miedo dejar a su familia y a todo lo que él conocía. No le era fácil arriesgar su vida por un futuro inseguro entre gente extraña. Pero Dios le ayudó a decidirse.
Cuando pensaba quedarse, Dios le hacía sentir en su interior una profunda insatisfacción, y cuando pensaba en irse, Dios le hacía sentir una paz interior. Fue esta paz lo que lo animó a responder al llamado del Señor.
Llevó consigo a Sara su mujer, sus rebaños, sus pocas pertenencias y a todos sus familiares que quisieron acompañarlos. Y comenzó la búsqueda de aquella tierra desconocida que Dios le había prometido.
Después de caminar más de mil kilómetros bajo el intenso sol del desierto, Abram encontró los pastizales que tanto soñaba; estaban entre el mar y el río Jordán en el país de Canaán, el actual Israel.
Pero con el paso de los años, la esperanza de Abram se iba convirtiendo en amargura. No tenía hijos y Sara su mujer, por su avanzada edad, ya no podía tener concebir. Pensaba: ¿para qué luchar si no tengo a quien yo pueda compartir y heredar los frutos de mi vida? Dios le contestó; una noche Abram oyó en su interior la voz del Señor que le decía:
Mira el cielo y cuenta las estrellas
Así será el número de tus descendientes.
Serás el padre de muchas naciones
Y yo seré tu Dios y el Dios de ellos.
Abraham recordaba las palabras que una vez el Señor le había dicho:
Deja tu tierra, tus parientes
y la casa de tu padre
para ir a la tierra
que te voy a mostrar.
Con tus descendientes
voy a formar una gran nación
y, por medio de ti, bendeciré
a todas las familias del mundo
...y Abraham creyó al Señor ... y por eso el Señor lo aceptó como. Desde aquella misma noche, Abram cambió su nombre por Abraham, que quiere decir, padre de muchas naciones.
Dios cumplió su promesa; Sara quedó embarazada y le dio un hijo a Abraham. A su hijo le dieron el nombre de Isaac y lo circuncidaron en señal de pertenencia al nuevo pueblo de Dios.
Pero Abraham fue un hombre condicionado por las normas de su tiempo y hasta por los prejuicios de su tiempo, así como los somos también nosotros hoy día. A Abraham su conciencia no lo dejaba en paz porque según las costumbres religiosas que él conocía y practicaba, estaba obligado a ofrecerle a Dios en sacrificio a su primer hijo. Si no lo hiciera, él creía sinceramente que Dios los iba a castigar tanto a él como a los suyos. Contra todos sus sentimientos, Abraham obedeció lo que entendió como la voluntad de su Dios. Llevó al pequeño Isaac al sacrificio. Abraham tomó la leña para el sacrificio y la puso sobre los hombros de su hijo; luego tomó el cuchillo y el fuego y se fueron los dos juntos. Poco después Isaac le dijo a su papá:
Tenemos la leña y el fuego, pero, ¿dónde está el animal que le vamos a sacrificar a Dios?
Abraham no pudo ni siquiera mirar a su hijo. Cuando los dos llegaron a la parte alta del cerro, Abraham construyó un altar con piedras y preparó la leña. Luego ató a su hijo y lo recostó sobre el altar, encima de la leña. Pero, al tomar el cuchillo, en su interior Abraham oyó claramente la voz del Señor que le decía:
Abraham, Abraham... ¡no mates a tu hijo!...
¡no quiero que muera!... ¡quiero que viva!...
Soy el Dios de la vida...¡ no de la muerte!
Al instante Abraham comprendió cómo era este Dios en quién él había puesto toda su fe: era Dios de vida. Desató a su hijo y lo abrazó... Y, a partir de aquél momento, nunca se cansaba de hablarle a todo el mundo de cómo Dios lo había liberado una y otra vez hasta que pudo vivir como siempre había anhelado. Abraham, por fin, HABÍA DESCUBIERTO “LA TIERRA QUE DIOS LE HABÍA PROMETIDO”.
Por eso, su hijo Isaac, su nieto Jacob y todos sus descendientes siempre recordaban lo que un día el Señor le dijo a Abram:
Deja tu tierra, tus parientes
y la casa de tu padre
para ir a la tierra
que te voy a mostrar.
Con tus descendientes
voy a formar una gran nación
y, por medio de ti, bendeciré
a todas las familias del mundo
y la casa de tu padre
para ir a la tierra
que yo te voy a mostrar.
Con tus descendientes
voy a formar una gran nación
y, por medio de ti, bendeciré
a todas las familias del mundo.
Abraham escucha aquella llamada que se repetía en su mente. Aquella voz interior le daba ánimo. Pero también en su interior sentía miedo dejar a su familia y a todo lo que él conocía. No le era fácil arriesgar su vida por un futuro inseguro entre gente extraña. Pero Dios le ayudó a decidirse.
Cuando pensaba quedarse, Dios le hacía sentir en su interior una profunda insatisfacción, y cuando pensaba en irse, Dios le hacía sentir una paz interior. Fue esta paz lo que lo animó a responder al llamado del Señor.
Llevó consigo a Sara su mujer, sus rebaños, sus pocas pertenencias y a todos sus familiares que quisieron acompañarlos. Y comenzó la búsqueda de aquella tierra desconocida que Dios le había prometido.
Después de caminar más de mil kilómetros bajo el intenso sol del desierto, Abram encontró los pastizales que tanto soñaba; estaban entre el mar y el río Jordán en el país de Canaán, el actual Israel.
Pero con el paso de los años, la esperanza de Abram se iba convirtiendo en amargura. No tenía hijos y Sara su mujer, por su avanzada edad, ya no podía tener concebir. Pensaba: ¿para qué luchar si no tengo a quien yo pueda compartir y heredar los frutos de mi vida? Dios le contestó; una noche Abram oyó en su interior la voz del Señor que le decía:
Mira el cielo y cuenta las estrellas
Así será el número de tus descendientes.
Serás el padre de muchas naciones
Y yo seré tu Dios y el Dios de ellos.
Abraham recordaba las palabras que una vez el Señor le había dicho:
Deja tu tierra, tus parientes
y la casa de tu padre
para ir a la tierra
que te voy a mostrar.
Con tus descendientes
voy a formar una gran nación
y, por medio de ti, bendeciré
a todas las familias del mundo
...y Abraham creyó al Señor ... y por eso el Señor lo aceptó como. Desde aquella misma noche, Abram cambió su nombre por Abraham, que quiere decir, padre de muchas naciones.
Dios cumplió su promesa; Sara quedó embarazada y le dio un hijo a Abraham. A su hijo le dieron el nombre de Isaac y lo circuncidaron en señal de pertenencia al nuevo pueblo de Dios.
Pero Abraham fue un hombre condicionado por las normas de su tiempo y hasta por los prejuicios de su tiempo, así como los somos también nosotros hoy día. A Abraham su conciencia no lo dejaba en paz porque según las costumbres religiosas que él conocía y practicaba, estaba obligado a ofrecerle a Dios en sacrificio a su primer hijo. Si no lo hiciera, él creía sinceramente que Dios los iba a castigar tanto a él como a los suyos. Contra todos sus sentimientos, Abraham obedeció lo que entendió como la voluntad de su Dios. Llevó al pequeño Isaac al sacrificio. Abraham tomó la leña para el sacrificio y la puso sobre los hombros de su hijo; luego tomó el cuchillo y el fuego y se fueron los dos juntos. Poco después Isaac le dijo a su papá:
Tenemos la leña y el fuego, pero, ¿dónde está el animal que le vamos a sacrificar a Dios?
Abraham no pudo ni siquiera mirar a su hijo. Cuando los dos llegaron a la parte alta del cerro, Abraham construyó un altar con piedras y preparó la leña. Luego ató a su hijo y lo recostó sobre el altar, encima de la leña. Pero, al tomar el cuchillo, en su interior Abraham oyó claramente la voz del Señor que le decía:
Abraham, Abraham... ¡no mates a tu hijo!...
¡no quiero que muera!... ¡quiero que viva!...
Soy el Dios de la vida...¡ no de la muerte!
Al instante Abraham comprendió cómo era este Dios en quién él había puesto toda su fe: era Dios de vida. Desató a su hijo y lo abrazó... Y, a partir de aquél momento, nunca se cansaba de hablarle a todo el mundo de cómo Dios lo había liberado una y otra vez hasta que pudo vivir como siempre había anhelado. Abraham, por fin, HABÍA DESCUBIERTO “LA TIERRA QUE DIOS LE HABÍA PROMETIDO”.
Por eso, su hijo Isaac, su nieto Jacob y todos sus descendientes siempre recordaban lo que un día el Señor le dijo a Abram:
Deja tu tierra, tus parientes
y la casa de tu padre
para ir a la tierra
que te voy a mostrar.
Con tus descendientes
voy a formar una gran nación
y, por medio de ti, bendeciré
a todas las familias del mundo
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